sábado, 25 de febrero de 2012

No hay ( quizá nunca hubo) tu tía-

Sobre todo tengo la necesidad de manifestar esto que adentro o afuera o en la superficie me ocurre, y cuando digo "me" soy consciente, cual lo es la oveja que se hizo famosa con ese eterno estribillo, de que soy, claro, un atravesamiento, un entrecruce de otras cosas, tantas y cada una tan poco "cosa" y tan a su vez atravesamiento, que empieza a ocurrirnos el fastidio de tener que usar un lenguaje... nada, pues, nada. Solo una explosión de alegría, no de la euforia cumpleañera, sino de esa otra sutil alegría, no tan sutil, potente, no queriendo con esto decir que lo sutil no es potente, pero ustedes me entienden... sí, ustedes, cosa imaginada por mi, cosa o sea atravesamiento, o sea escándalo de mezclas, arrastre de viejas voces y anónimos rostros, ese Ustedes que es tan yo, y tan entonces flujo, mezcolanza y olvido. Me acompaño desde siempre. Quizá es un buen resumen. Me siento acompañado. Sabemos, sí, y muy bien lo sabemos, que la compañía puede ser funesta o sublime, sofisticada o barrial, entre mil otras cosas. Tiende a serlo todo. Nada más hay, claro que no, a lo largo de toda una vida, que un murmullo permanente de sí con sigo, de mi conmigo, de vos con vos, un interminable ( aunque no) monólogo de todo con todo, un ping pong demente. Dios. Gran nombre, gran palabra, que consuela porque abarca, que abarca porque a veces aprieta, y cuando aprieta con decisión pareciera que todo va a terminar, a estallar como una pústula, diríase, la Pústula Universal. Pero no, tranqui, no, que la cosa sigue. Sigue y sigue, los topos escarban por debajo y por entremedio, multiplican las galerías de la Tierra, y la pesada máquina ( aunque construye delicados colibríes para cada uno de los cuales hay un Silvio Rodríguez), sigue su lento rumiar, su pesada marcha de plomo, su peregrinar por el fango.

Flota no obstante la piedad, en el aire, como lo dijera quizá Beckett, como lo sospechamos todos nosotros en momentos extraños de vacío, quizá tras el sexo o muy por el contrario cerca de morir. La piedad, o la emoción de compadecerse con Todo, por el sufrimiento de Todo, o por su regocijo. Compadecerse no por el regocijo, sino por saber que se termina. Y sí, viejo. Lo siento mucho, pero es así, se termina. Se ter-mi-na. Guiones éstos que, cual férrea bicisenda, marcan lo inapelable de la cosa. NO hay tu tía.








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